Mi historia

Detrás de cada proyecto hay un rostro, unas raíces y una historia. Creo profundamente que lo que somos es el reflejo de lo que hemos vivido. Cada etapa de mi vida me ha moldeado y me ha llevado hasta donde estoy hoy. Esta es mi historia.

Nací en los años 80 en Creil, Francia.

Hijo de un obrero argelino y de una madre dedicada al hogar, crecí en una familia sencilla y modesta, lejos del lujo, pero sin que nos faltara nada, gracias a unos padres que siempre se sacrificaron para dar lo mejor a sus cuatro hijos. De pequeño, escuchaba a mi padre salir cada mañana a las seis hacia las obras, bajo el frío o la lluvia, sin quejarse jamás. Fue entonces, sin saberlo, cuando aprendí lo que significan el trabajo, el sacrificio y la determinación.

Mi padre es un hombre íntegro, querido por todos. Dondequiera que voy, me dicen: «Tu padre es una buena persona.» Y es cierto. Siempre dispuesto a ayudar a los demás, sin esperar nada a cambio. De él heredé esa generosidad y ese deseo de ser útil, de tender la mano. Una semilla que, años después, me llevaría a crear una ONG humanitaria.

A principios de los años 90, en la escuela primaria, cada clase esperaba su turno para acceder a “una nueva herramienta”. Recuerdo aquel objeto extraño, ruidoso y fascinante: un ordenador. Internet aún no existía. Aquel día, una puerta se abrió en mi mente. Me quedé hipnotizado por aquella fuente de luz.

Unos años más tarde, en 1996, mi padre nos llevó, a mis hermanos y a mí, al supermercado. En la sección de informática, se detuvo frente a una máquina como la que había visto en la escuela y dijo: «Lo compramos.»

Aquel día nos regaló nuestro primer ordenador. Pocas familias en el barrio tenían uno entonces. Para mí fue más que un regalo: fue un símbolo de esperanza. Ese gesto, tan propio de mi padre, me marcó para siempre.

Al final del colegio, cuando nos preguntaron qué queríamos ser de mayores para orientar nuestros estudios, respondí sin dudar: «Quiero ser informático.» Pero la orientadora me interrumpió: «No, eso no es para ti. Hay que ser bueno en matemáticas.» Aquella frase me dolió profundamente. Era como si me cerraran una puerta antes incluso de poder tocarla. En esa época no conocíamos las grandes escuelas ni los caminos prestigiosos como HEC o Sciences Po. No teníamos esas referencias. Así que, como muchos jóvenes de mi barrio, seguí el camino trazado para nosotros: opciones limitadas que no permitían soñar ni acceder a carreras valoradas.

Lo viví como una injusticia. Me habían privado de lo que amaba, de lo que realmente quería. Entendí que tendría que trabajar el doble que los demás.

En lugar de rendirme, mientras otros salían o disfrutaban de su juventud, yo me quedaba en casa, decidido a hacer lo que amaba. Pasaba mis noches y fines de semana frente al ordenador, desmontando, montando, probando, rompiendo, volviendo a empezar. Era mi forma de aprender y de comprender.

A comienzos de los 2000, mi padre dio otro paso hacia el futuro: nuestra primera conexión a Internet. Recuerdo el sonido del módem, la lentitud de la conexión… pero también la emoción de descubrir un nuevo mundo. Fue un segundo impacto. Yo, que nunca había viajado, por primera vez podía conectarme al mundo desde mi habitación.

Fue entonces cuando comencé a crear mis primeros proyectos y a programar mis primeras páginas web. Lo que más me gustaba era esa idea mágica de poder crear algo desde la nada. No necesitaba el permiso de nadie. Podía hacerlo solo, libremente, con mis propios medios.

Con el tiempo, mi pasión por la tecnología se unió a otra motivación: el deseo de ayudar a los demás. Inspirado por la generosidad de mi padre y guiado por los valores de mi fe musulmana, quise unir esas dos fuerzas.

En 2010 fundé, junto a amigos de la universidad, "Ummah Charity", una ONG humanitaria y de desarrollo para ayudar a las poblaciones desfavorecidas en todo el mundo, sin ninguna distinción, llevando a cabo acciones sostenibles en agua, alimentación, educación y emergencia. Rápidamente creé su página web para facilitar las donaciones en línea, en una época en la que pocas asociaciones se habían digitalizado. El éxito fue inmediato: recaudamos varios millones de euros en poco tiempo. Otras organizaciones comenzaron a contactarme para saber cómo lo hacíamos.

Fue en ese momento cuando una nueva idea empezó a germinar en mi mente: “¿Y si pudiera ayudar a todas las asociaciones a recaudar fondos fácilmente, no solo a la mía?” De esa reflexión nació, a finales de 2015, CotizUp.com, una plataforma de recaudación de fondos abierta a todos. Lancé la empresa desde cero, sin apoyo financiero y con solo 1 euro de capital social. El objetivo: democratizar la generosidad y dar a cada persona los medios para actuar. Una vez más, el éxito no tardó en llegar.

Pero el camino del emprendimiento nunca es fácil. CotizUp me enfrentó a numerosos desafíos, entre ellos encontrar un proveedor de pagos fiable que pudiera gestionar nuestros flujos financieros y cumplir con nuestras exigencias. Tras probar varios, ninguno encajaba realmente con nuestras necesidades. Así que hice lo que siempre he hecho: crear la solución yo mismo.

Así nació Klorie, un proveedor de servicios de pago diseñado para acompañar a plataformas ambiciosas con transparencia y eficacia.

Y porque siempre he creído que el éxito solo tiene sentido si se comparte, decidí ir más allá. Creé Circum Capital, un fondo de inversión dedicado a los emprendedores que, como yo en su día, tienen ideas y energía pero a veces no los recursos necesarios para hacerlas realidad. El objetivo: ayudarles a creer en sí mismos, a construir, a atreverse.

Nada ha sido fácil. Quien actúa siempre se enfrenta a obstáculos. Cada logro ha traído consigo dudas, noches en vela, momentos de soledad y errores. Pero cada etapa me ha enseñado algo esencial: nada sustituye a la perseverancia y al trabajo.

Mi éxito también se lo debo, en gran parte, a los valores del islam que me acompañan desde niño: el compartir, la tolerancia y la justicia. Siempre me ha costado aceptar la injusticia, ver cómo algunos son ignorados o juzgados por lo que son, lo que piensan, de dónde vienen o en qué creen. Desde joven entendí que el mundo puede ser duro, desigual e injusto, y que mi papel no sería quedarme como espectador, sino intentar aportar equilibrio.

Me gusta crear vínculos entre las personas, las culturas y las religiones, recordar que nuestras diferencias no nos separan, sino que nos complementan. Una convicción nunca me ha abandonado: el mundo necesita puentes, no muros.

Creo profundamente en la convivencia, en la fuerza del diálogo y en la belleza del respeto. En esta visión se basa cada uno de mis proyectos.

Hoy me siento orgulloso de quién soy. Sigo avanzando con la misma energía, la misma pasión y la misma chispa que aquel niño fascinado frente a un viejo ordenador gris. El que soñaba con crear, aprender y ayudar. El que, sin saberlo, ya tenía en sus ojos el deseo de un mundo mejor.

Todo lo que soy se lo debo a mis raíces, a mis padres, a mi fe y a una profunda convicción: no siempre elegimos de dónde venimos, pero siempre elegimos hacia dónde vamos.